Hagamos una prueba: si ahora mismo cierras los ojos unos segundos, ¿qué es lo que oyes?. Si tu respuesta es “nada”, considérate afortunado/a. La mayoría (entre la que me incluyo) apenas encuentra uno de esos momentos de tranquilidad total, donde el silencio es tan llamativo que de repente, se escucha.
El silencio se ha convertido en el lujo más exclusivo. Rodear tu existencia con él requiere una gran inversión de tiempo y dinero. Algo que no está al alcance de todos. Encontrártelo sin más —por otro lado— es tan improbable como darse de bruces con un animal mitológico.
Hoy en día, el silencio es casi una leyenda urbana.
Pero, ¿qué es el silencio y por qué es tan necesario?. Aparte de las definiciones técnicas yo lo describo como la ausencia de ruido. Ese ruido al que estamos tan acostumbrados, procedente de dispositivos electrónicos, vecinos, el incesante tráfico (por citar solo unos pocos) y con el que hemos aprendido a convivir a todas horas.
El ruido es la nueva norma. Bajo su reinado apenas nadie se acuerda del silencio. Nunca lo echarás de menos en medio de tu ajetreado estilo de vida, lleno de actividades, obligaciones y tareas por realizar.
Es cuando amaneces plácidamente en la montaña o de madrugada, mientras todo el mundo duerme, cuando eres consciente. Es en ese nuevo espacio físico y mental donde comienzan a expresarse otras cualidades que siempre han estado ahí, en tu interior.
En esos momentos de quietud eres más creativo/a, tolerante y compasivo/a. En definitiva: una mejor versión de ti. Sin embargo esa quietud no dura demasiado. Ya sea porque debes volver a tu entorno y rutina o porque se acerca la hora en la que todos comienzan su actividad, pronto el ruido se sobrepone de nuevo y el ciclo se reinicia.
Entonces —te preguntas— si podrías hacer algo para vivir en ese estado de tranquilidad no solo unos minutos o unas horas, sino cada instante de tu vida.
Puedes, por ejemplo, mudarte a Finlandia. Allí conocen la importancia del silencio. Tanto que han erigido un monumento en su honor.
En el centro de Helsinki existe una capilla. No pertenece a ningún culto. En su interior no encontrarás imágenes religiosas.
En la capilla Kamppi solo se adora a un único dios: el silencio.
La capilla (más conocida como capilla del silencio) está situada en la zona más caótica y llena de ruido de la capital. Aquel que traspase sus puertas encontrará un oasis de serenidad disponible veinticuatro horas al día los siete días de la semana.
Si estás pensando en hacer las maletas, espera; no es ese el único ruido del que debes preocuparte. De hecho, el ruido externo es el menos importante.
No me entiendas mal, debes buscar momentos de silencio y contacto con la naturaleza siempre que puedas, pero no olvides que en su mayoría el ruido externo escapa a tu control. Tratar de acotarlo, reducirlo o suprimirlo solo creará frustración y malestar aún mayores.
El verdadero ruido lo llevas contigo. Siempre. Está en tu cabeza.
Eres consciente de él cuando (por ejemplo) tras planificar con precisión unas vacaciones —para desconectar, te dices— a cientos o miles de kilómetros del estrés cotidiano sientes que sigues aquí; que no estás allí. Puede que a nivel físico estés presente, pero desde luego no mentalmente.
En el silencio de un lugar diseñado para la paz y el relax, el ruido de tu mente resulta ensordecedor.
¿Acaso no te ha ocurrido?
Aunque limita nuestra experiencia de vida y afecta la relación que tenemos con los demás y con nosotros mismos, lo cierto es que nadie sabe qué hacer con el ruido que genera su propio caos mental. Nos nos han enseñado a relacionarnos de forma inteligente con nuestros pensamientos. En su defecto, la estrategia más común es —ya sabes cuál— no hacer nada.
Preferimos distracciones de baja calidad pero de fácil acceso para tratar de anestesiar ese torrente sin control de pensamientos. Es preferible añadir más ruido al ruido antes que afrontar la situación y buscar ayuda.
Aunque lo necesitamos con desesperación, tenemos miedo al silencio porque requiere aprender a mirar de frente y sin juzgar cada una de esas incomprensiones, remordimientos, frustraciones, preocupaciones e ideas sin desarrollar que inundan tu mente y hacer algo al respecto.
¿Pero el qué?. ¿Y cómo?.
¿Y si te dijera que es posible crear tu propia capilla del silencio?. Muy cerca de ti, además. En un lugar al que puedes acceder siempre que quieras, ya que va contigo a todas partes: tu mente.
Tendrás que construirla piedra a piedra —eso sí— con la ayuda de técnicas milenarias que puedes comenzar a aplicar aquí y ahora. No requieren ninguna inversión ni cambios drásticos en tu vida. Solo constancia y una sana pizca de curiosidad.
Me estoy refiriendo a meditar.
Si la sola palabra “meditación” te hace desconfiar, te pido por favor que abandones viejos clichés que todos tenemos en mente. Aunque la ciencia indique lo contrario puede que te resulte más cómodo seguir creyendo que es una perdida de tiempo y así autojustificarte para poder continuar haciendo lo mismo. Es decir, nada.
Allá tú. Sin embargo, tras mi experiencia meditando durante años, puedo asegurarte que funciona. No solo a mí, sino también a millones de personas de todo el mundo.
Llámalo meditar. Llámalo mindfulness. El nombre es lo de menos. Basta con que centres la atención en tu respiración unos minutos cada día para empezar a notar cambios, a identificarte con tus pensamientos un poco menos y a conocerte un poco más, a estar más presente con las personas que te importan.
Este es el mejor momento para empezar. Ahora que te encuentras —literalmente— atrapado/a y (quizá) en mitad de un océano de todo tipo de ruidos. Precisamente por ello, nunca ha sido tan urgente que des ese primer paso.
Todos/as necesitamos encontrar el silencio. Ahora ya sabes que es en tu interior donde debes empezar a buscarlo.
Ese es el verdadero silencio.
Sin embargo no olvides que él, para materializarse, exige que abras tu mente. No solo para poner en práctica las nuevas ideas que tanto necesitas, sino para que, primero, le dejes formar parte de tu vida.