Existen dos tipos de soledad: aquella que eliges y la que viene impuesta por las circunstancias. Todos tememos la última, aunque más tarde o más temprano vamos a experimentarla (si no lo estamos haciendo ya).

Precisamente por eso —quieras o no vas a tener que estar solo/a, saber disfrutar con serenidad de tu propia compañía y dejar fluir los pensamientos es una valiosa habilidad que pasa desapercibida para la mayoría de personas.

La prueba la tienes a tu alrededor. Observa y comprobarás que la norma es hacer justo lo contrario: huir de la soledad. A este tipo de personas, aunque no les quede más remedio que estar físicamente a solas, no lo estarán mentalmente gracias al teléfono móvil, TV u otros mecanismos para capturar la atención.

Deja que sea claro: no soportar estar a solas contigo mismo/a es un claro indicador de que algo no va “bien”. No mejorará con el tiempo, solo se hará peor. Si te encuentras en esta situación, debes hacer algo ya.

Estar solo de verdad (sin ningún gadget electrónico) puede parecer insoportable, ya que desparece el ruido mental procedente de los mass media, el scroll sin fin en tus feed sociales y otras distracciones de baja calidad que forman la materia prima utilizada para anestesiar tus verdaderos pensamientos.

Si quieres conectar contigo (con tu verdadero yo) debes, primero, desconectar del mundo y observar el vacío: lo que realmente piensas de ti. ¿No sabes a qué me refiero?. Yo creo que sí. Son esas sombras que en ocasiones se deslizan por tu mente cuando al finalizar el día apagas la luz y desconectas tus sentidos. En la oscuridad te sientes acorralado/a. Es posible que estés a solas con tus pensamientos por primera vez desde que amaneciste.

Ese vacío es el conjunto de todos los «debería». El coro formado por las incomprensiones, recriminaciones, frustraciones, envidias, ideas inmaterializadas y proyectos que nunca terminaste.

Durante el día, mientras te dedicas a consumir información que no te aporta nada acerca de personas que no tienen importancia, apenas puedes sentirlo. Pero por la noche, cuando no tienes más remedio que dejar de lado Facebook, Instagram o Netflix, el vació tiene espacio para manifestarse.

Si tu soledad no es voluntaria, alégrate —en serio. Hay mucho que aprender de uno mismo cuando se está solo. Lejos de sentir lástima y entrar en una espiral derrotista que te hará aún más insoportable estar solo, abraza de forma voluntaria tu situación. Este cambio de actitud (de víctima a verdugo) es el primer paso para ayudarte a sacar el mayor provecho de tus circunstancias.

Irónicamente, quizás la puerta a la versión de ti que siempre has soñado y que estás buscando fuera, se encuentra en tu propio interior.

Siempre ha estado ahí.

¿Cuántas de las personas de tu entorno que hoy consideras imprescindibles lo seguirían siendo si aprendieses a estar solo/a?, ¿cuántos de esos “te echo de menos” están basados en el verdadero afecto y no en la conveniencia?.

Desde hoy y de forma gradual comienza a buscar momentos de verdadera soledad. Pueden ser cinco minutos, cinco horas o cinco días. Da lo mismo. Encuentra un lugar tranquilo donde perderte en tus pensamientos y, en lugar de esconderte tras tu smartphone (como siempre haces), ten el valor de observar, entender y aceptar quién eres.