Una de mis conclusiones en este año de pandemia es que estar preocupado es una forma de ser que busca en su entorno algún motivo que la justifique. No al revés.
Sabes de sobra como funciona: de repente ocurre algo y el mundo se paraliza conteniendo la respiración. Aunque tú estés desconectado/a da igual, acabas enterándote porque allá donde vas todos/as hablan de ello.
De una forma u otra acabas dedicando gran cantidad de tiempo, energía y atención sobre algo que en el 99% de los casos no puedes operar. Es decir, sobre lo que no puedes hacer nada.
Y aquí hemos dado con una nueva acepción de la palabra estupidez. Piénsalo. ¿Es no es ridículo preocuparte por lo que no puedes hacer absolutamente nada?.
Sin embargo seguimos no solo dándole vueltas manteniéndolo en la cima de nuestra atención, sino alimentando la situación contándoselo —exagerando un poco, por supuesto— a todo aquel que puedas.
Es como combatir el fuego con gasolina. Llega un punto en que se hace tan grande que nadie recuerda dónde comenzó.
En este caso los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad. Saben de sobra que el miedo vende más por pura biología [Biología] y siempre le dan ese repugnante tono tremendista y apocalíptico a todo lo que dicen, reconocible desde lejos, pero de alguna forma sigue surtiendo efecto.
Yo —si fuera tú— trazaría una línea en la arena y haría una clara distinción. ¿Merece la pena preocuparse por _____?
Una de las principales fuentes de sufrimiento es querer que nada cambie. Querer controlar lo que no puedes controlar.
Si lo que sea que pugna por tu atención esta bajo tu control, entonces sin duda actúa.
Si no lo está, reconoce que nada puedes hacer y que, por lo tanto, no tiene importancia.
Quizás esto te choque, pero debes entender dos aspectos vitales que espero clarifiquen lo que intento comunicarte:
Primero, “no importancia” no quiere decir indiferencia.
Segundo, la mayoría de problemas suele acabar solucionándose por sí mismo —ajenos a tu nivel de preocupación— si les das el tiempo y el espacio suficiente.