Tras casi un año sin escribir por gusto, querer volver a hacerlo es la parte sencilla; sentarse ante la página en blanco y pretender plasmar algo que contenga valor, la más complicada.
Aunque conozco a la perfección los beneficios de escribir cada día, de alguna forma he olvidado cómo conseguirlo. Sospecho que al abandonar mi rutina me he desconectado de la escritura.
Ésta es una pequeña guía que (como todo lo que hago) escribo para mí mismo. Soy el primer necesitado de un manual que describa con sencillez los primeros pasos que me re-conecten con mi yo escritor.
Por esta razón encontrarás que utilizo la primera persona. Se trata de un mensaje de mí para mí. De todas formas te digo algo que ya sabes: tú también tienes un yo escritor.
Escribo para saber quién soy
No es la primera vez que hablo sobre la relación entre escribir e identidad. Me fascina la metamorfosis que realiza un pensamiento hasta convertirse en frase o párrafo. De metafísico a físico a golpe de teclado. De alguna forma me convierto en el puente y camino para esa transformación.
Extrayendo y plasmando materialmente algo tan íntimo como un pensamiento, me vuelvo consciente de quién soy en realidad.
Otro de los beneficios potenciales de escribir con constancia es que asocio conceptos e ideas (propios y ajenos, ahí está la gracia) de forma sencilla.
Escribir es unir las piezas de un puzle que sólo existe en mi cabeza. Algunas piezas me pertenecen, otras no. El puro acto de escribir conlleva mover las piezas de mil formas diferentes, hasta que encuentro la combinación. Cada cual tiene la suya.
La mejor forma de averiguar qué pienso de verdad —sobre lo que sea— es escribir sobre ello.
Al repetir el proceso unas cuantas veces he acabado tejiendo una red de pensamientos que generan actitudes muy determinadas y valiosas (por lo menos las he elegido yo), creando mi filosofía personal. Algo vital que merece su propio artículo.
Si piensas que no necesitas una filosofía personal (una serie de valores y principios por los que filtrar e interpretar la realidad), debes de saber que no tener filosofía es una filosofía en sí misma. De hecho, es la mayoritaria.
El primer paso para conocer es cuestionar. Nada de provecho surge del conformismo. Dicho de otra forma: sin curiosidad no existe el avance. Escribo porque quiero saber más.
Escribo para saber qué escribir
Asumo que eres consciente de lo beneficioso que es escribir cada día. Yo también lo sé y ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo hice para mí. Parte de la responsabilidad recae en que el proceso de escribir no es tan sencillo como pudiera parecer.
Cuando piensas en escribir, es posible que la imagen que venga a tu cabeza sea la de alguien en el acto de escribir: letras bailando sobre una pantalla mientras los dedos se deslizan sobre el teclado. Es una imagen real, sin duda, pero se trata de la última fase. Antes tengo que asomarme al vacío de mis pensamientos y elegir a quien quiero llevar conmigo al documento en blanco.
No puedo escribir si no sé de qué y, desde luego, el peor momento del mundo para averiguar sobre qué escribir es cuando me siento a escribir.
Podría decirte que es necesario preparar un calendario de contenido con al menos tres meses para comenzar a escribir con garantías, pero no es cierto. Basta con apuntar en un papel tres o cuatro temas sobre los que escribir. ¿Qué hago si no sé de qué hablar?. Tampoco hay problema. Pienso en el obstáculo más importante al que estoy enfrentándome ahora y escribo sobre él. Lo estoy haciendo ahora mismo.
Escribo para mí
Cuando comencé a escribir medía mis palabras a cada momento (ahora menos, pero todavía sigo haciéndolo). Escribía una frase para al segundo siguiente volver a editarla, endulzarla o corregirla para hacerla más palatable a quien lo lea. La misma hipocresía que impregna la mayoría de relaciones sociales. Es preferible ser políticamente correcto y no ofender a nadie que ser auténtico.
A nivel del individuo, existen pocas actividades más intimas que escribir. Todo el proceso en sí es una pugna entre el consciente y el inconsciente, siendo éste último la fuente de todas las ideas y el primero el filtro por el que refinamos todo lo que es nuestro.
El primer borrador de lo que escribo siempre soy yo en estado puro. Debo aprovecharlo, no enterrar quién soy bajo una cubierta de falso respeto y correr el riesgo de escribir pero no decir, de hablar pero no comunicar nada.
Escribo cada día
Sin duda hay algo especial en escribir cada día (en realidad, en hacer algo creativo cada día). Hay ciertas actividades que no puedes pretender disfrutar «de vez en cuando» o «alguna vez». El compromiso es indispensable.
Al escribir (casi) siempre a la misma hora y en el mismo lugar, asocio la actividad a un entorno. De esta forma sé cuando ha llegado el momento de escribir y me predispongo a hacerlo. Durante media hora aproximadamente dejo que mi torrente de pensamientos fluya libre, en bruto. Luego poco a poco voy editando, moviendo y ordenando.
Quiero conversar con mi futuro yo
Nunca sé quién leerá lo que escribo. Entre todos esos rostros desconocidos también se encuentra mi futuro yo, por eso pienso que cada pieza escrita es un eslabón en la cadena de mi desarrollo como ser humano. Un eslabón escrito.
Espero sonrojarme cuando, dentro de diez años, lea este artículo.
¿Por qué necesito escribir?. Porque con cada frase soy un poco más auto-consciente. Porque cada palabra que cruza el umbral me sirve para explorar lo que hay al otro lado de mi ser.
Por eso necesito escribir. Para saber quién soy en realidad.