No sé si alguna vez te has parado a pensar en la enorme cantidad de información que recibimos a cada instante. ¿Quién crees que procesa todos esos estímulos?. La mente.
Como cualquier mecanismo que funciona sin descanso por mucho tiempo, la mente debe ser revisada y puesta a punto periódicamente.
Aunque no lo sea en el sentido estricto, para mí la mente es un músculo más y como tal necesita entrenamiento si queremos aprovechar al máximo la experiencia humana y encontrar el silencio. Esto es vital, ya que a través de ella como procesas la realidad que te rodea, te comunicas, tomas decisiones, etc.
Meditar se convierte en el gimnasio de la mente.
Hacer las paces con un mismo
Meditar es reconciliarse contigo mismo, con tu mente y por ende, con los demás.
De igual forma que la falta de comunicación entre personas genera incomprensión y finalmente rechazo, lo mismo ocurre a nivel interno con nuestros pensamientos.
Nunca podrás sentirte pleno/a si hay partes de ti que no comprendes; si hay facetas de ti que no conoces. Nunca podrás aceptar a otras personas si primero no te aceptas a ti mismo/a.
Desconocemos (o no queremos conocer) todo lo que pasa por nuestra mente. A veces miramos hacia otra parte. En otras ocasiones hacemos como si eso que hemos pensado y que nunca nos atreveremos a admitir, no hubiese existido.
Movemos todo lo que no nos gusta o es complicado de entender hacia el subconsciente, como quien oculta suciedad bajo la alfombra. Sin embargo, todo eso sigue ahí. Seas consciente o no.
Meditar es iluminar con la linterna de tu atención la cueva donde habitan todos esos patrones de pensamiento, incomprensiones, rechazos y sesgos que impactan cada una de tus decisiones y, en general, tu conducta.
Atención sin identificación
Una de los pocos objetivos de la meditación mindfulness (o consciente) es la no intervención y no identificación con tus pensamientos.
La primera vez que dejas de mirar hacia fuera para hacerlo hacia tu interior y observar lo que ocurre en tu mente te darás cuenta de que no es sencillo, algo previsible, ya que nadie —nunca— nos ha enseñado a relacionarnos con nuestros pensamientos.
La reacción normal es perseguirlos, identificándote con ellos y amplificando las emociones-recuerdo que traen consigo. De esta forma acabarás volviendo a revivir momentos (sobre todo desagradables) casi como si estuvieran ocurriendo de nuevo y liberando las mismas hormonas y compuestos químicos en tu organismo.
Es algo así como intentar detener el tráfico de una autopista, saltando inútilmente de un coche a otro sin parar, con la esperanza de que alguno se detenga.
Poco a poco y con la práctica necesaria dejas de intentar intervenir para simplemente observar. Te conviertes en espectador de tu mente.
No te voy a engañar: requiere tiempo. Es en este punto cuando comienzan las revelaciones; pequeños chispazos de consciencia que te ayudan a conocerte de verdad.
Tu primera sesión de meditación
Meditar es una práctica milenaria. Para dar tus primeros pasos no necesitas equipamientos costosos o herramientas de última generación. Solo curiosidad y ganas de aprender. Deduzco que posees ambas cualidades, de lo contrario no estarías leyendo esto.
Antes de que te lances a buscar e YouTube vídeos sobre meditación te propongo que durante una semana hagas este ejercicio a la misma hora cada día.
- Busca un lugar tranquilo donde sepas que no vas a ser interrumpido/a.
- Siéntate en cualquier silla, sin apoyar la espalda. Mantenla recta sin llegar a hacer esfuerzo.
- Lanza el cronómetro de smartphone y comienza una cuenta atrás de dos minutos.
- Durante ese tiempo lo único que tienes que hacer es cerrar los ojos y poner tu atención en la respiración. En tus pulmones llenándose de aire y en cada exhalación. No respires de otra forma más allá e la normal.
- Si notas que te distraes constantemente, no te preocupes, es normal. Recuerda tu primer día de gimnasio. Cuenta de uno a diez con cada inspiración y expiración. Vuelve a comenzar a llegar a diez.
Recuerda tu cita diaria con este ejercicio durante una semana. Recuerda también que probablemente es el único momento del día en el que no tienes que hacer nada. No hay nada que conseguir. Nada que perseguir. Ningún resultado que obtener.
Se trata de romper el hielo contigo mismo/a; de estar a solas unos minutos con tus pensamientos.
Aplicaciones y herramientas
Por supuesto, existen cientos de aplicaciones y herramientas para meditar. En mi experiencia el principal beneficio que obtienes al usarlas es una mejor estructura de tu práctica de meditación.
Desde hace años soy usuario de la aplicación Headspace. Está disponible en castellano y, aunque es de pago, lo que cuesta es una cantidad ridícula si consideras como impactará el tener una mayor consciencia en cada aspecto de tu vida.
Internet está lleno de supuestos expertos y gurús. Ten cuidado. Son estas personas las que han dado un halo de misticismo a la práctica de meditar que en realidad no tiene.
Que quede claro: no necesitas a nadie para meditar. Es un compromiso interno, no externo.
Cualquier momento es el mejor momento
Con el tiempo te darás cuenta de que, aparte de tu momento diario de meditación, el día a día está lleno de oportunidades para estar presente.
En mi caso suelo meditar haciendo tareas tan mundanas como fregar los platos, hacer la cama, ducharme, ir en autobús, etc. Si lo piensas suele ser actividades que hacemos en piloto automático, sin pensar. Cuando diriges tu atención y curiosidad de repente se transforman en una experiencia completamente nueva.
Por otro lado, ser consciente de esos pequeños momentos que nadie valora te facilita el serlo también en los de mayor transcendencia o en situaciones complicadas que requieren la mejor versión de uno mismo. Como la actual.
Meditar es ser
El común denominador de todo lo que nos hace infelices en la vida es una mente descontrolada y llena de prejuicios que definen una supuesta realidad que luego no encaja con lo que vivimos día a día.
Meditar nos prepara para dejar ir todo aquello que no necesitamos y nos hace infelices.
Meditar es confiar en la experiencia directa de lo que observamos para aprender de ella, no en lo que hemos aprendido de memoria.
Meditar nos hace más tolerantes porque, de repente, somos conscientes de nuestras propias flaquezas.
Meditar nos da el espacio mental necesario para que aflore la creatividad y se desarrolle todo nuestro potencial humano.
Meditar nos permite estar presentes —de verdad— con las personas que queremos. No reviviendo el pasado ni proyectando el futuro, sino disfrutando el aquí y ahora.