El artículo sobre mi experiencia tras 30 días meditando es la pieza que más tracción ha tenido entre todo lo que he escrito. Llamativo, ya que mi profesión actual es desarrollador de software.
A pesar de todo, creo que es normal porque en la mayoría de interacciones que tengo con otras personas en mis mentorías, me doy cuenta del caos mental que sufren.
Existen demasiados intereses pujando por tu atención, tratando de influenciarte e inyectarte una opinión —que no es tuya— para que seas predecible.
Lo triste es que casi siempre lo consiguen.
Así que sí, entiendo que meditar y su promesa de mayor serenidad y claridad mental sea una idea tan atractiva.
¿Pero es real?.
Mi opinión ha cambiado desde que hace años escribí ese artículo. Sigo meditando pero, al menos para mí, meditar no es suficiente. Deja que te explique por qué.
Experiencia meditando
No soy un experto en meditación. Que quede claro. Practico la versión más occidentalizada llamada mindfulness. He meditado unos 13.000 minutos. Suficiente para hacerme una idea de todo el proceso y sus beneficios más aparentes.
Antes de continuar dejemos esto claro: sí, la promesa es real. Aunque cada persona es un mundo, si consigues construir el hábito de meditar ocurrirán varias cosas en tu vida. La mayoría positivas.
Por ejemplo te harás más tolerante ya que ahora te entiendes más y mejor y, por lo tanto, también entiendes a los demás. Algo sencillo en apariencia pero con implicaciones tan profundas como el ser humano.
Además, estarás más presente en cada momento. Es complicado de explicar pero, ¿no te ha pasado estar físicamente en un lugar, pero no mentalmente?. Es como si tu cuerpo se convirtiese en un caparazón (que asiente y gesticula en piloto automático), mientras tu mente viaja distraída por cualquier otro lugar.
Suena inofensivo pero créeme no lo es. Si tiendes a evadirte constantemente estás cortando el nexo con lo por ahora se sabe es lo único real: el aquí y el ahora.
Por último, como consecuencia de estar más tiempo aquí tu capacidad de concentración aumenta porque en tu cabeza hay menos ruido. Además, te identificas menos con lo que ocurre a tu alrededor.
Estar presente es solo principio
Pero, ¿de qué sirve “estar más presente”?. Si intentas evadirte (y la mayoría lo hacemos) en primer lugar es porque la realidad que percibes no es lo suficientemente interesante como para vivir en ella. Por eso la desprecias.
Es normal que intentes escapar. Yo también lo haría.
Este es el gran problema que encuentro con la meditación (una vez más, mindfulness): nos asegura que vivir el momento es lo más importante —y lo es—, pero no hay instrucciones más allá.
¿Y ahora qué?.
Se supone que debes festejar la vida, lo que tienes. Sentirte agradecido porque sí. Y la verdad es que tiene sentido, ¿no?. Así que lo aceptas sin más y a regañadientes intentas disfrutar aquello que detestas, fingiendo aprecio por aquello que desprecias.
Resignado, uno piensa “¿es esto todo lo que la vida tiene para mí?”.
Necesitas acción
Ser consciente de la realidad y aprender a interpretarla de la forma menos sesgada que sea capaz es importante, solo que no por los motivos que se supone debería serlo.
No lo es para sentirme en armonía con todo aquello que me rodea. No lo es para aprender que debo aprender a ser feliz con mis circunstancias actuales.
Lo es porque me ofrece una visión clara de aquello que quiero y no quiero en mi vida.
Con esa información acepto aquello que ahora no puedo cambiar, pero no me resigno a ello. No me interesa contemplar pasivo. Quiero entrar en movimiento. Necesito hacer algo al respecto.
Necesito acción, pero no cualquier tipo de acción.
Necesito objetivos —propios—, definir prioridades y trazar planes realistas que me ayuden a conseguir lo que me proponga. Luego, dedicar todo el tiempo y atención posible a avanzar en mi camino.
Tu también.
Meditar no es un fin: es lo que haces después
Lo que intento decirte es que los beneficios se asocian a la meditación mindfulness son ciertos, por lo que deberías dedicar unos minutos a hacerlo cada día.
Ahora bien, falta la segunda parte: la disciplina de la acción y la voluntad de hacer, porque con la capa extra de consciencia tendrás una nueva perspectiva —más objetiva— sobre ti y lo que te rodea.
Lo que percibes en tus sesiones de meditación es como el reflejo en un espejo. La imagen que contemplas es el resultado de tus palabras, pensamientos y acciones (aquello que controlas) hasta ahora.
Cambiar el reflejo es absurdo. No luches contra él. Ya ha ocurrido y no puedes cambiar el pasado. Necesitas cambiar el presente, lo que haces ahora.
La meditación es el laser que te indica con precisión —no con sospechas o intuiciones— dónde actuar. Te ayuda a entender qué te beneficia y que te perjudica, para que puedas hacer más de lo primero y abandonar lo segundo. Pero es tu responsabilidad armarte de valor y hacerlo.
Como occidental, para mí la meditación no tiene utilidad si no haces práctico —tangible— con ella. Si no produce un resultado que impacte positivamente tu vida y la de los demás.
No medites porque está de moda o porque yo te lo diga. De nada sirve ser consciente de aquello que no sabes interpretar o no quieres utilizar.
Hazlo para entender, para poder pasar de espectador a actor, escribiendo tu propio guion.
Si solo quieres evadirte, enciende la TV.
Es preferible seguir ignorando.